Un camino verde, empedrado, bajo un cielo nublado, conducen al lugar donde Mirna Rodríguez, Daisy Cruz y Marta Pérez esperan ansiosas. Con sonrisas que contagian y huacal en mano, se dirigen al árbol Madre Cacao, para recolectar las hojas que les servirán como insumo para preparar el Madrifol -fertilizante foliar que prepara la planta para el momento de la floración y de la fructificación- el cual usarán en el huerto agroecológico que lideran en el caserío El Quebracho, municipio de Jujutla, departamento de Ahuachapán, al occidente de El Salvador.

Por: Josseline Roca/ Fotos: Andrea Padilla – J.R.

Con paso firme emprenden el camino hacia el huerto, donde no solo siembran cilantro, rábano, jalapeño, chile verde, tomate, pepino, berenjena, ejote y pipián, sino también esperanza. En su trayecto pasan el puente sobre un tramo del río El Naranjo, que es fuente de vida y recreación para las comunidades de la zona. 

Mirna abre el paso hacia el lugar en el que comparten sueños. “En la comunidad El Quebracho cultivamos sin veneno”, dice el rótulo pegado en la puerta, hecha de madera, que conduce al huerto comunitario que lideran 5 mujeres. A Mirna, Daisy y Marta las reciben María Escobar y Floridalma Castaneda, quienes descubrieron otras formas de producir la tierra: sin agrotóxicos.

Con su siembra de fondo, las mujeres explican que antes en ese lugar funcionaba un potrero, pero como resultado de su trabajo ahora producen alimentos sanos.

“Le vamos a entrar a ver qué tal. Si esto no funciona lo vamos a hacer funcionar”, fue lo primero que pensaron al iniciar este proyecto que ha transformado sus vidas, narra Daisy Cruz. Mientras rememoran cómo empezó todo, pesan las hojas de Madre Cacao que utilizarán más adelante. Otras llenan la bomba aspersora de mochila con el M5, repelente orgánico que resulta de la mezcla de chile jalapeño, ajo, cebolla, eucalipto, vinagre, melaza, alcohol, entre otros, el cual preparan con el apoyo de agrónomas/os de la Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES).

Mirna se prepara para aplicar el repelente que aleja las plagas de los cultivos y ayuda a prevenir enfermedades ocasionadas por los insectos. Luego lo hacen María y Floridalma.

“La importancia para nosotros es que, gracias a la Federación Luterana Mundial*, hemos aprendido nuevas cosas, que antes no sabíamos. Hemos convivido como grupo y nos vamos dando ideas de cómo hacerlo, a través de los consejos que nos brindan. La mayor experiencia es cultivar sin nada de químicos. Era algo que no conocíamos y es una experiencia nueva para cada una”, explica Mirna Rodríguez. El huerto es fuente de alimento para las familias de estas defensoras. Narran que cuando sus esposos “vieron la cosa seria”, en el proyecto comunitario, se incentivaron. “Ahí venían detrás de nosotras. Nos tenían que seguir”.

Todas coinciden en algo: organizarse y tejer redes entre ellas les ha permitido avanzar. “Para mí ha sido una experiencia muy bonita. Hemos convivido las cinco familias, socializamos como una familia, tenemos la confianza, compartimos juntas. Yo podía sembrar una plantita, pero no sabía el proceso que iba a llevar: el distanciamiento, las medidas. Gracias a la Federación y a la UNES que nos han apoyado”, dice Mirna.

Mirar en retrospectiva les permite reconocer su proceso personal y colectivo. “Antes yo no conocía nada. No sabía cómo sembrar un palo, cuánta distancia lleva, cómo elaborar (insumos) para la plaga. Ahí es que fuimos aprendiendo. Comenzamos como cuando un niño comienza a caminar”, comenta, con una sonrisa en el rostro, Marta Pérez.

Las productoras saben que el trabajo de sus manos les traerá frutos en 40 días. “Siento bien bonito venir al huerto cuando necesito chile solo lo vengo a cortar; un tomate, el cilantro para echarle a la sopa”, explica María, mientras sus compañeras destacan que se alimentan con la confianza de que todo está libre de venenos.

Desde septiembre de 2021 hasta junio, en el huerto se han producido 67 libras de tomate, 85 de chile dulce, 47 de berenjena, 22 de pipián, 130 de pepino, 31 de ejote; 56 manojos de cilantro, 9 de cebollín, 151 de rábano y 37 lechugas.

“La importancia ha sido el ahorro económico, y sobre todo proteger nuestra salud, ya que no se usa ningún químico, y así estamos protegiendo la salud de nuestras familias y de nosotras”, afirman.

La producción agroecológica representa un ahorro de $ 475.25 para las cinco familias que cosechan en El Quebracho. 

Mirna, Marta, Daisy, María y Floridalma comparten sueños, entre ellos seguir aprendiendo, ampliar el huerto comunitario agroecológico, llegar a comercializar sus productos y “enseñarle a las personas que se puede producir sin agroquímicos”.

 “Todas colaboramos”

HISTORIA DE MIRNA RODRÍGUEZ

Mirna Rodríguez es una mujer de tez morena y cabello ondulado. La caracteriza su sonrisa. Ella, como sus compañeras, comenta que no se imaginó lograr lo que hasta hoy. “Hemos andado con piocha, azadón, con la cuma, y eso es un beneficio”, explica. 

Además, enfatiza en la importancia de la colectividad. “Es una unión como una familia. Las cinco familias que estamos integradas en el huerto sentimos que somos una sola familia, porque tenemos la confianza, compartimos bastante tiempo”. Tiene claro que el huerto no sería lo que es si el trabajo no fuera compartido.

“Salimos bien todas, porque todas colaboramos. Yo les digo que no hay que desmayar, que todo se pueda, más cuando es un equipo que se trabaja bien, que le demos con ganas, que esto se puede, porque yo nunca me había puesto una bomba, pues ahora ya lo hicimos. La mujer siempre tiene oficio en su casa, siempre hay que hacer, pero nos organizamos, hay que programarse para hacer lo de la casa y venir al huerto también”, afirma.

Uno de los sueños de Mirna es que su producción crezca y comercializar los alimentos sanos que siembran.

“Sueño con un huerto donde pueda sembrar más”

HISTORIA DE DAISY CRUZ

Daisy Cruz, destaca por sus ojos alegres y su sonrisa contagiosa. Mientras muestra el huerto, expresa que lo reconoce como un trabajo. “Estamos acá en el huerto, que es parte de nuestro trabajo. Nos sentimos felices por los logros que estamos obteniendo”, comenta.

Sobre cómo el huerto ha transformado su vida, Daisy comenta que ha logrado conocer y experimentar cosas que no conocía. “Es una experiencia bastante bonita. Hemos convivido y todo esto gracias a la Federación Luterana Mundial y a la UNES, que nos han unido como familias. Participamos de muchas cosas que nosotros no conocíamos, ahora estamos aprendiendo mucho y nos ha ayudado mucho a familiarizarnos más y ser más unidos.”, destaca.

 Esta lideresa tiene claros sus sueños: “un huerto donde pueda sembrar más hortalizas de las que ya hay y poderlas comercializar en el mercado”.

Una de las cosas que la inspira es que las personas de su comunidad optan por lo natural y por los productos libres de químicos, por el beneficio para las familias y el cuidado de su salud. “Con eso también estamos cuidando el planeta Tierra”.

*Las mujeres, cuyas historias se narran en este reportaje, son parte del proyecto que promueve la producción agroecológica, el cual ejecuta UNES con el apoyo solidario de la Federación Luterana Mundial.